Soles de primavera, soles de una infancia perdida, de recuerdos difuminados, escondidos en un pequeño rincón de la memoria. Recuerdos de cuando todo nuestro mundo se reducía al sonido de un timbre a las 16.30h de la tarde.
Cuando nuestra tarde empezaba al salir de colegio, con prisas por jugar, por no desperdiciar un minuto de algo que creíamos eterno.
Recuerdos de un grupo de amigos, de la pandilla, por el patio de colegio, hasta que el sol caía y volvíamos a nuestras pequeñas obligaciones de estudiantes. Hacer los deberes en diez minutos y estudiar quince para un examen del que sacarías un nueve, gracias a nuestro querido maestro José Antonio. Ese profesor lleno de bondad, con los brazos siempre abiertos y dándonos un pedacito de su corazón solo por ver nuestras inocentes sonrisas.
Anhelos de parques llenos de gritos, de risas, donde cada metro cuadrado rebosaba felicidad. Lugares mágicos, llenos de encantos por descubrir, de enamorados tumbados en la hierba buscando la clandestinidad de un árbol, para poder besarse por primera vez.
Nostalgias de cumpleaños pasados, de regalos desafortunados. Cumpleaños que empezaban con la tarjeta de invitación, con las bolsas de chuches en las clases, con las meriendas en el burguer y todos impacientes por salir a jugar al escondite.
Ya poco o nada queda de aquello, solo un bello recuerdo que viene de vez en cuando a interrumpir la rutina de adulto para sacarte una sonrisa con un brillo adolescente.